“Haz una lista de las casas de tu vida, ponte un reloj y cuenta un minuto, anota todo lo que te salga sin levantar el boli”. Eso fue lo que Karen, una de mis profesoras de yoga, nos pidió que hiciéramos. Luego, la cuestión era escoger una y describir su atmósfera.
La casa que escogí es mi casa de autenticidad:
Cuando entras huele a mar. Se escuchan las olas de fondo y el romper en la arena se siente como un abrazo al corazón. Mientras caminas te va guiando la luz del sol en el atardecer. Ahí, dentro, las risas tienen protagonismo, hacen que duela la tripa. Si te detienes por un momento y te sientas, escuchas las respuestas de preguntas que no sabías que tenías, es en esa línea horizontal donde se viven las mayores montañas rusas, pero tiene su toque. Ese algo especial que hace que no quieras marcharte nunca…porque es cálido, reconfortante, seguro. El horizonte es un círculo abierto sin aristas que se abre para guiarte en el camino que decidas.
Ahí, se prepara la magia, en esa casa se abrazan las emociones como motor de vida. No se escapa, no se huye, no hay miedo que valga. En ese lugar mueren todas las versiones que tienen que morir para abrirle paso a todas las muchas otras que vienen después.
En esa casa nunca se olvida ser niños, se juega, se expresa, se siente y se es humano. No hay tal cosa como lo imposible, porque la pasión motiva e inspira y la autenticidad amplifica. No hay muros, hay sueños. Confías, sueltas el control y creas sin expectativas. En esa casa sin paredes te entregas y solo eres. Hay buenas bases.
Ahí la vida es como una huerta: eliminar la maleza, sembrar, regar, recoger, quedar árido y en la tierra fértil transformarse y volver a nacer una y otra vez.
No hay nada que nos haga sentir más en casa como ser nosotros mismos. Es llegar y quitarte las zapatillas, ponerte el pijama, deshacerte de las máscaras y mirarte al espejo antes de tocar la almohada. Ese refugio hecho jardín en donde eres sin juicios, sin pesos, sin miedos.
Las casas sin paredes son libres, modulares, tienen de dónde sujetarse, se adaptan. Hay casas sin paredes pero con raíces. Lienzos en blanco que invitan y no bloquean. Esas son mis favoritas, en donde la definición no es un límite sino una oportunidad. Ahí, se permuta y se permite.
Me gusta esa casa, mi casa, la he construido de a poquito, pasito a pasito. Poco a poco hace mucho. Ser auténtico puede ser profundamente difícil, conocerse es incómodo, tentativo a perderse, expresarse aterroriza. Poner una roca junto a otra para que el viento no se la lleve requiere ganas, fuerza, resiliencia. Haz de tu casa, una casa acogedora, reconfortante como un abrazo…lo suficiente valiente para aguantar tempestades y salir a emprender aventuras. Hazla pacífica, amable, honesta. Haz de tu casa algo íntimamente tuyo que, como una oruga, pueda siempre sacar sus alas.
¿A qué huele la tuya?
Con amor, siempre
Mafe